Capitulo 6 - Lo plausible del capitalismo.

Schumpeter centra su análisis en base a las probabilidades del capitalismo de repetir su realización pasada (performance), cuestión de si hay o no alguna razón por la que la maquina capitalista haya de dejar de funcionar.

La realización anterior era la de un periodo de capitalismo relativamente sin trabas, pero este hecho no representa, por sí, un vehículo causal suficiente entre el mecanismo capitalista y la realización registrada. En primer lugar Schumpeter divide al capitalismo como, por una parte, un conjunto de datos que avalan que ha tenido “ progreso”, y por otro, un conjunto de estructuras que derivan de él, de donde viene el modelo y sus partes esenciales.

La burguesía comercial e industrial se encumbró a causa del éxito en los negocios, la misma ha sido configurada en un molde puramente económico, orientado al lado económico de la vida. Los premios y los castigos están medidos en términos pecuniarios. Ascender y descender significa hacer o perder dinero. El modo de vida burgués esta basado en las promesas de riqueza y las amenazas de ruina con que se sanciona el comportamiento económico, por lo tanto el éxito social es el éxito económico.

Esto exige habilidad, energía y una capacidad de trabajo por encima de lo normal. Pero si fuese posible medir esta habilidad, los premios que en realidad se pagan por la misma se considerarían, probablemente, desproporcionados. Las amenazas van dirigidas a la incompetencia, el fracaso amenaza por igual, incluso alcanza, efectivamente a más de un hombre capaz, intimidando así a cada uno también con mucha más eficacia que un sistema de castigos más equitativo y más “justo”. Tanto el éxito como el fracaso en los negocios son de una objetividad ideal. Se da una lucha por el éxito de las familias que han de ascender a la clase burguesa o ser excluidos de ella. La función propulsora con la función selectiva, no rige, en modo alguno, de una manera necesaria, no se garantiza la capacidad de prestación de los individuos seleccionados. El hombre asciende a hombre de negocios y ascenderá con toda probabilidad hasta donde llegue su capacidad (solo los más capaces, sistema selectivo), ya que ascender a una posición y actuar airosamente en ella, es o ha sido, por lo general, una y la misma cosa.

Pero, la prestación máxima de un grupo “óptimamente seleccionado”, no esta engranada hacia el servicio social, sino hacía el fin de ganar dinero, que tiende a los beneficios máximos en vez de al máximo bienestar. Esta ha sido siempre la opinión popular, ¿es cierta?.

Los economistas clásicos, que pensaban todos prácticamente lo mismo, estaban completamente convencidos de que, dentro del marco institucional del capitalismo, los intereses personales de los fabricantes y de los comerciantes, fomentaban el rendimiento máximo en interés de todos. Apenas habrían dudado en atribuir el tipo de aumento observado en la producción total, al espíritu de empresa, relativamente libre de trabas y al móvil del lucro. El mérito principal de los clásicos consiste en haber refutado la idea ingenua de que la actividad económica en la sociedad capitalista, por el solo hecho de girar en torno al móvil del lucro, tiene que ir, necesariamente en contra de los intereses de los consumidores, en otras palabras, que el ganar dinero aparta, necesariamente, a la producción de sus objetivos sociales. Por otro lado percibieron el papel del ahorro y de la acumulación, lo que relacionaron con el tipo de “progreso”, esto, aunque en términos aproximados era fundamentalmente correcto.

La persecución de un máximo beneficio y el esfuerzo por lograr una prestación máxima no son, necesariamente, incompatibles, y demuestra que la primera implica, necesariamente, o en la inmensa mayoría de los casos, la segunda. Marshall mantiene la tesis clásica de que el interés del productor por el beneficio tiende, en el caso de una concurrencia perfecta, a lograr una producción máxima. La base de la competencia perfecta, en la hipótesis general del análisis de Marshall-Wicksell, proclama que las empresas no pueden ejercer su propia acción individual para influir sobre el precio de sus productos o de los factores de producción que emplean, por lo tanto expansionarán su producción hasta que llegue al punto en que el costo adicional que tienen que aceptar para crear otro pequeño aumento de producción (costo marginal), sea exactamente igual al precio que puedan obtener por dicho incremento, esto es, producirán tanto como puedan sin incurrir en pérdida. Por lo tanto el volumen de producción será igual al que es “socialmente deseable” que se produzca. Esta situación de equilibrio donde la producción es máxima y todos los factores están empleados por completas es denominada “competencia perfecta”.

Sin embargo, el análisis Marshall-Wicksell no pasó por alto, desde luego, los muchos casos que no se adaptan a este modelo de la competencia perfecta. Tampoco los pasaron por alto los clásicos, quienes reconocieron la existencia de casos de “monopolio” (Adam Smith, observó la frecuencia con la que se hacía uso de procedimientos para limitar la competencia, los cuales podían originarse en cualquier banquete de hombres de negocios), pero ambos consideraron estos casos como excepciones que se eliminarían con el tiempo. Ni Marshall, ni Wicksell, ni los clásicos vieron que la competencia perfecta constituye la excepción. Si examinamos más de cerca las condiciones que tienen que cumplirse para dar lugar a la competencia perfecta, comprobamos, inmediatamente, que, aparte de la producción masiva agrícola, no pueden haber muchos ejemplos de ella, ya que respecto a todos los productos terminados y los servicios de industria y el comercio, es evidente que toda estación de aprovisionamientos, todo fabricante de guantes, o de crema para el afeitado o de serruchos, tiene un pequeño y precario mercado propio que trata, tiene que tratar, de levantar y conservar, mediante la estrategia de los precios, la estrategia de la calidad (diferenciación de productos) y la publicidad.

Así obtenemos un modelo completamente distinto, del que no parece haber razón para esperar que dé lugar a los resultados de la competencia perfecta, sino que se adapte mucho mejor al esquema monopolista (en estos casos hablamos de competencia monopolista), empresas en gran escala que, bien individualmente, o concertadas, pueden manipular precios, incluso sin diferenciar los productos, es decir, en casos de oligopolio. Tan pronto como se ha reconocido el predominio de la competencia monopolista o del oligopolio o de la combinación de ambas cosas, muchas de las proposiciones que la generación de economistas de Marshall-Wicksell solía enseñar, se hacen, o inaplicables, o mucho más difíciles de probar.

Estas ideas que giraban en torno al concepto fundamental de equilibrio, no muestran concordancia con el caso general del oligopolio, donde no hay ningún equilibrio determinado (situación de guerra constante entre las empresas en competencia). No sólo es mucho más difícil de alcanzar el equilibrio que en la competencia perfecta sino que la competencia “benéfica” del tipo clásico, parece de ser, fácilmente, reemplazada por una competencia de “rapiña” o de “guerra a cuchillo”, por luchas por el predominio en la esfera financiera. El equilibrio, aunque termine por alcanzarse por un método sumamente costoso, no garantiza ya ni el empleo total ni la producción máxima en el sentido de la teoría de la competencia perfecta (el equilibrio puede existir sin empleo total).


Capítulo 7 - El proceso de la destrucción creadora.

La producción se ha expansionado a pesar del sabotaje secular perpetrado por la burguesía dirigente. La creación de una edad de oro de la competencia perfecta, completamente imaginaria, que en algún momento se ha metamorfoseado de alguna manera en la edad monopolista, prescindiendo del hecho completamente evidente de que la competencia perfecta no ha sido nunca más realidad de lo que es en la actualidad. El aumento de la producción no ha decrecido desde el siglo pasado (noveno decenio) (predominio de los concerns).

El nivel de vida de las masas ha mejorado durante dicho período (período de la gran empresa), en términos de las horas de trabajo necesarias y en las espectaculares mejoras de las calidades de los productos necesarios para la vida. El progreso nos conduce no a las empresas que trabajan en condiciones de competencia relativamente libre, sino precisamente a la de los grandes concerns. La gran empresa ha contribuido a la creación de ese nivel de vida más bien que a su concentración. Al tratar del capitalismo, nos enfrentamos a un proceso evolutivo (destacado por Karl Marx).

El capitalismo es, por naturaleza, una forma o método de transformación económica, no es jamás estacionario, no puede serlo nunca, ya que la vida económica transcurre en un medio social y natural que se transforma incesantemente, estas transformaciones (guerras, revoluciones, etc.) condicionan a menudo el cambio industrial, pero no constituyen su móvil primordial. El impulso fundamental que pone y mantiene en movimiento a la máquina capitalista, procede de los nuevos bienes de consumo, de los nuevos métodos de producción y transporte, de los nuevos mercados, de las nuevas formas de organización industrial, que crea la empresa capitalista (Innovación). 

 
El presupuesto del obrero de 1760 a 1940 no aumentó en términos reales, sino que experimentó un proceso de transformación cualitativa. La apertura de nuevos mercados, extranjeros o nacionales, y el desarrollo de la organización de la producción, desde el taller de artesanía y la manufactura hasta los concerns ilustran el mismo proceso que revoluciona incesantemente la estructura económica desde dentro, destruyendo ininterrumpidamente lo antiguo y creando continuamente elementos nuevos. 

Este proceso de destrucción creadora, constituye el dato de hecho esencial del capitalismo. En ella cosiste en definitiva el capitalismo y toda empresa capitalista tiene que amoldarse a ella para vivir. La hipótesis que adoptan los economistas del comportamiento de una industria oligopolista, que no parece aspirar más que a elevar los precios restringiendo la producción. Estos economistas aceptan los datos de una situación momentánea como si no estuviese ligado ni al pasado ni al futuro, y creen haber comprendido lo que tendrían que comprender interpretando el comportamiento de esas empresas mediante la explicación del lucro máximo. El problema que usualmente se toma en consideración es el de cómo administra el capitalismo las estructuras existentes, siendo así que el problema relevante es de descubrir cómo las crea y cómo las destruye. 

Tan pronto como la competencia de las calidades y el esfuerzo por vender son admitidos la variable del precio es expulsada de su posición dominante. No es esta especie de competencia la que cuenta, sino la que lleva consigo la aparición de artículos nuevos, de una técnica nueva, de fuentes de abastecimiento nuevas, de un tipo nuevo de organización, la competencia que da lugar a una superioridad decisiva en el costo o en la calidad y que ataca no ya a los márgenes de los beneficios y la producción de las empresas existentes, sino a sus cimientos y su misma existencia. Esta especie de competencia es tanto más efectiva que la de los precios, poderosa palanca que a la larga expansiona la producción y rebaja los precios está hecha en todo caso de otra materia. El hombre de negocios se siente colocado en una situación de competencia, aun cuando esté solo en su ramo.



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